Pegaso
Cabalgo
veloz a lomos de mi fiel corcel cobrizo. Le llamo Pegaso porque apenas roza el
suelo con los cascos cuando corre, y parece que vuela con alas de plata
confeccionadas con el fulgor de las estrellas. Cruzamos juntos los desiertos
más áridos envueltos por una espesa capa de polvo que me dificulta la visión.
Delante de nosotros dos bandidos huyen cargados con un valioso botín. ¡Pum!
¡Pum! Nos disparan y las balas pasan raudas por nuestro lado, sin herirnos. Una
de ellas alcanza mi sombrero de ala ancha, que cae malherido al terreno
polvoriento. El viento aprovecha la ocasión para agitar el cabello trenzado
liberado de su prisión.
— ¡Se escapan!
Pegaso
aumenta el trote mientras nuestros corazones laten al unísono, enlazados por un
mismo objetivo. Me cojo con fuerza a las riendas, sintiéndome libre y feliz
bajo el fuego desértico.
Al
fin alcanzamos a los malhechores. El silbido de mi lazo alcanza a uno de ellos,
al mismo tiempo que Pegaso se coloca, grácilmente, ante el caballo del segundo
ladrón. Bajo de su lomo con expresión triunfante y arresto a los delincuentes
que se lamentan de su desgracia.
La
puerta se abre y veo a mamá sonriéndome. Lleva un precioso delantal azul y
tiene las mejillas sonrosadas. Sé que ha llegado la hora de la cena, por lo que
acaricio el pelaje castaño de Pegaso y lo dejo descansar en medio de la
habitación. Allí esperará, paciente, mi regreso para vivir muchas más aventuras
juntos.
—
Cuando compré ese caballito de madera no esperaba que fuera a gustarte tanto.
La
voz de mamá me hace rodar los ojos.
— Pegaso no es un juguete, es un caballo de verdad — repito como tantas otras veces y la risa de mamá inunda el pasillo.
Que bonito!! Me encanta!! No hay nada como la imaginación de un niño. Feliz martes, guapa!
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